NEOLIBERALISMO: LA DELGADA CORNISA ENTRE LA MARGINALIDAD Y LA EXCLUSION
- Venecia Rodríguez Mayorga
- 25 jun 2015
- 3 Min. de lectura

Trabajo realizado por las alumnas Claudia San Martin, María Arellano, Florencia Sosa, Pamela Camargo y Venecia Rodriguez Mayorga
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
"Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos… Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata”. (Eduardo Galeano).-
Los polos marginales que el neoliberalismo siembra a su paso, existen en San Luis y habitan lugares que el mismo sistema destruyó y convirtió en guaridas para los sin techo, sin trabajo formal y sin futuro. “La Vecindad” es uno de ellos. Allí conviven 25 familias que se reciclan en la ocupación desarrollando un circuito de intercambio de moneda, que les permite asegurar el techo y luego recuperar la “inversión”.
El circuito se inicia cuando la calle amenaza, entonces, convertidos en presas de la desesperación marginal, se accede a pagar alrededor de $ 7.000 para asentarse en la precariedad y no caer de la cornisa. Desde el techo seguro, vuelven a organizarse, se reubican, reclaman sus derechos, enfrentan al estado malhechor, se separan medio milímetro del abismo y ceden, por la misma suma, un espacio en su estrechez. El circuito funciona para afuera y para adentro, porque la necesidad también se organiza colectivamente y se transforma en pan casero y ollas comunitarias, colecta y combate social.
En mayo de 2015 eran 13 familias las que luchaban por su dignidad, cortaron la calle Catamarca s/n, que contrasta con el edificio del ministerio de “Inclusión Social” del gobierno provincial que comparte el predio, pero en la vereda de “enfrente”. Lograron respuesta, les fueron adjudicadas viviendas en el Barrio “Estrella del Sur”, pero el oportunismo estatal no alcanzó a todos y allí quedaron los migrantes internos que llegaron a la provincia con la promesa de habitar “otro país” de “vivienda y trabajo”. Sobre la cornisa, quedaba mucho pueblo esperando el equilibro necesario para no caer y ocuparon nuevamente los lugares de tránsito, reciclando el mismo polo marginal con otras realidades. Allí quedó Erika, una mujer fuerte, jefa de familia, que funciona como unidad de grupo, es la que pelea, la que pide ropa para los niños que son más de 30 y cargan con las secuelas de un crecimiento azotado por la falta de oportunidades. Tienen asma, bronco-espamo, poca ropa, mucho frio y un hambre que no se va. Allí esta Cristian, trabajador de Alquimac, que dejó sus cuatro hijos en el barrio Tibiletti, para habitar un cuarto pequeño, limpio, ordenado y solitario que le permite mantener un trabajo formal, con el que alimenta una familia con la que no convive. Allí está María con su esposo y sus cuatro hijos y Paula con sus tres pequeños, sola, con los muebles a la intemperie, esperando un rollizo de 7 metros para armar el techo de su casa, al lado de la de María, que ante la necesidad cedió su pequeño lugar para que la familia prospere. Allí esta una anciana que convive con 8 adultos en un reducido espacio que se mantiene únicamente con su mínima jubilación. Le brillan los ojos de la vejez y es pilar y centro de una generación que no pudo zafar a los azotes del neoliberalismo. Allí esta Gonzalo de 17 años, que estudia en la empresa neoliberal del PIE y trabaja en la construcción, cuida de sus hermanas adolescentes y los sábados participa de la actividad colectiva de la FEDE, que pinta la desigualdad en los muros del lugar, recordándole al barrio que “la lucha no se abandona”.
Allí están seres inconclusos que visitan ruinas, con la esperanza de establecerse lejos de la cornisa. Un sinfín de niños que corretean ajenos a su destino, unidos sólidamente por la solidaridad de la pobreza. El predio, hasta 2004, pertenecía a la Congregación de Religiosos Terciarios Capuchinos, sacerdotes Amigonianos, que comandaban la “Colonia Hogar”, un centro de labor socio-educativa que alojaban a niños y jóvenes en alta vulnerabilidad e infractores de ley. Fueron desalojados por el gobernador de la provincia de San Luis, Alberto Rodríguez Saà, que decidió pulverizar las instituciones de internación y cerrarlas, enviando en la mayoría de los casos, a los jóvenes niños y enfermos mentales, a su lugar de origen. Familias, donde muchos habían sido rechazados por su patología, maltratados y abusados. La decisión fue política, había que “insertarse en la modernidad” y estas instituciones “eran rechazadas como modelo de rehabilitación por el primer mundo”. El estado malhechor se deshizo así, de una imagen social latente y denunciante y prefirió dejarlos libres a su suerte y desperdigados para que no pudieran ser contados, estatificados y se convirtieran en estadística humana de la exclusión. Sin embargo, la cornisa se pobló con el universo paralelo que alimenta el estado represor y allí permanecen agrupados para luchar y denunciar… a la espera de una Revolución.
Comentários